El huerto.
El huerto estaba precioso, lleno de hermosura. El aire que respiraba era de amor; amor que sus dueños le prodigaban siempre. Estaba ufano con todos sus árboles, hortalizas y flores.
Sus rosas eran las más primorosas de la región; decían que las cuidaba un hada muy bella; era el hada Estrella irisada. Su amor la había llevado hacia ese huerto y nunca quiso separarse de él. Su amado príncipe ya no estaba; pero la esperaba en un lucero, el lucero más radiante que había adquirido para cuando fuese su amada a encontrarse con él.
En este lindo huerto se encontraba una higuera, era hermosa y estaba adornada con gráciles hojas de bordes lobulados. Sus flores daban un fruto del que todos decían era dulce y agradable; pero...su verdadero fruto eran las pequeñas semillas que se encontraban en su interior.
Eran semillas de amor, el gran amor que se encuentra en lo escondido.
Era muy presumida y coqueta esta higuera, pues sus semillas estaban enamoradas de un hombre muy apuesto y bello. Un hombre sensible que la cuidaba.
Este amor a veces la hacía sentirse triste; pues su dueño, el que la prodigaba tantos cuidados, se alejaba de ella por temporadas. Pero en el fondo nunca se dejaba abatir, ni dejaba de dar fruto, pues sabía que él la amaba en la distancia. Sabía que ese amor los mantendría unidos para siempre.
Sus frutos, llenos de deleite, brotaban como un regalo para su enamorado. Él la mimaba y cuidaba, no le importaban todos los trabajos que ella le pudiera dar, pues la amaba.
El amor engendra más amor, por eso este huerto, que estaba tan lleno de él, dio unas rosas tan lindas y una higuera enamorada.
Los sentimientos no entienden de distancias, de colores, de hombres o plantas, hadas o príncipes. El amor sólo entiende de ternura, cariño, adoración, caricias... y de melancolías y suspiros...
Sakkarah
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